Inicio Opinión Entre Cáritas y Top Chef.

Entre Cáritas y Top Chef.

16/12/13. David Torres es el autor de este articulo y se define a si mismo de esta manera: ´Fui cobrador de recibos y librero antes de comprender, como me advirtiera mi padre, que la de proletario es una carrera demasiado difícil. Entonces me dediqué a esto de la escritura, al periodismo y a dar clases de literatura en Hotel Kafka. Las novelas son todas hijas mías pero del periodismo tuvo la culpa Manu Leguineche, que en 1999 leyó mi primer libro, Nanga Parbat, y cometió la temeridad de reclutarme en su agencia Faxpress. Luego pasé brevemente por el ABC de Madrid, colaboré en El País Semanal y en diversas revistas, hasta que en el 2004 inicié mi andadura en El Mundo, donde aprendí que el columnismo es un oficio caducifolio que consiste en irritar a todo el personal, incluido yo mismo. Siempre he pensado que una novela es como un matrimonio más o menos largo mientras que una columna es un lío de una noche. Fui finalista del premio Nadal en 2003 con El gran silencio y he ganado también el Hammett de la Semana Negra de Gijón y el Tigre Juan por Niños de tiza, así como el premio Logroño por Punto de fisión, de donde toma su título esta trinchera. Como se ve, con mis novelas he hecho lectores y amigos, y con mis columnas más bien al contrario. Pero está bien así, porque siempre he pensado que un escritor ha de luchar contra el poder, sea del signo que sea, aunque la señal de su triunfo resulte tan minúscula como una picadura de mosquito en el culo de un elefante´.

por Izquierda Independiente

Ya se pasa de obsceno que en un país que presume de tantas estrellas Michelín se mueran tres personas intoxicadas por comer alimentos caducados. En paro y con la casa a punto del embargo, la pareja sobrevivía a base de ese precario ejercicio de funambulismo con el que tantos españoles van pagando su trocito de deuda para que Botín, Rato, Blesa y los demás bienhechores puedan mantener su tren de vida e izar bien alto el pabellón de la Marca España. La Marca España, para esta pobre gente, consistía en salir cada mañana bien temprano a recoger trapos y cartones revolviendo entre las basuras y ver de paso si encontraban algún cacho de pan duro que llevarse a la boca. Regresaban a casa ya de noche, derrengados, hartos de patear la calle, y se conoce que no tenían ni ganas de encender la tele para deleitarse con esos concursos de cocina donde un camarero sueña con refundar El Bulli igual que antes Joselito soñaba con ser un ruiseñor amaestrado por la radio. De aquellos trinos, estos caldos.

Si hubiera estado atento a las maniobras profesionales de Chicote, a sus broncas monumentales en las trastiendas de ciertos restaurantes donde florece el moho, tal vez esta familia hubiera aprendido a preparar una merluza al horno o un salmón a las finas hierbas, pero tenían el paladar tan hecho al hambre que ni supieron distinguir el aroma preliminar de la muerte. Comían alimentos extinguidos, siguiendo las leyes elementales de supervivencia, la ética para pobres de Andreíta Fabra (“Que se jodan”) y el manual culinario de Arias Cañete, ese ministro de la picaresca que aconsejaba tomar yogures pasados de fecha y tapear de vez en cuando insectos, que no pasa nada, hombre. Vivían también en medio de un sistema caducado, entre los efluvios de una democracia putrefacta hasta el tuétano a cuya podredumbre nos vamos acostumbrando, haciendo el paladar, que ya lo tenemos hecho desde 1939 y sin recibir ni una sola desinfección ni una mala bronca de Chicote.

Luego, con los primeros retortijones, tuvieron la desgracia de llamar al Servicio Andaluz de Sanidad, que les hizo una primera visita para certificar que aún no estaban lo bastante enfermos como para merecer un viaje en ambulancia y una segunda, varias horas después, cuando ya estaban demasiado enfermos como para que la ambulancia valiera la pena. Al llegar al hospital, los doctores apenas pudieron salvar a una de las hijas y al resto les recetaron un certificado de defunción, el cual, al paso que llevamos, va a ser el remedio definitivo y natural de la crisis.

La España del tercer milenio no es más que otra reedición de la España negra y hedionda de la picaresca, el país lúgubre del Lazarillo, ese triste retal de Europa donde los poderosos, los banqueros, los sindicalistas, los ministros y las autonomías engordan como puercos a costa de la miseria ajena: un tocomocho tan viejo como el mundo pero que ahora recibe los sonoros nombres de capitalismo, neoliberalismo, socialismo y un largo etcétera de ismos con los que etiquetar el mismo timo ancestral, la misma mierda rancia de siempre. Una vez más hemos cocinado por encima de nuestras posibilidades.

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