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Comprando desigualdad

04/07/11. El poder masculino tiene que reinventarse antes de que otra generación crea que comprar esclavas es algo progresista.

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“Las comunidades autónomas donde más hombres consumen prostitución son las que tienen mayores índices de violencia de género”. Lo afirmaba estos días la experta feminista Ángeles Álvarez, patrona de la Fundación Mujeres. Tenemos que reflexionar por qué España duplica la tasa media de consumo de prostitución de Europa, y el por qué las comunidades de mayor consumo son las que tienen mayor tasa de violencia. Los hombres no están dispuestos a invertir tiempo en renegociar cómo establecemos la relación, dice Ángeles. “Incluso en las relaciones sexuales, como tengo derecho a pasármelo bien, también te tienes que esforzar”, indica. En los hombres que ejercen la violencia está este mismo razonamiento. La persona con la que establecen relaciones afectivas (en el caso de la violencia que se ejerce dentro de la relación de pareja, mujer) es considerada por ellos como un ser no portador de derechos sobre el que consideran tienen el legítimo derecho a dominar, obligar, imponer sin consensuar, sin negociar y sin pactar todo tipo de reglas y normas. Con la terrible alianza de todo el sistema social que lo sustenta. Por ello, el comprar el cuerpo de las mujeres para no pactar afectos, para no pensar en el otro como un ser con derechos, un igual que siente y desea, para no tener que pensar en el placer del otro ser con el que establecemos una relación, es un ejercicio de poder que lleva implícito el desposeer a la mujer de su derecho al placer, al cuidado, al respeto, a sus deseos. Es un hecho, por tanto, que conlleva en sí mismo violencia. Lleva implícito el pensamiento de que yo, por ser hombre, tengo el derecho a acceder al cuerpo de las mujeres sin permiso y sin consensuar. Puedo pagar por ello o tomarlo por la fuerza cuando se me antoja o bajo el pensamiento de que la mujer, dentro de una relación, tiene la obligación de estar siempre disponible.

La periodista y escritora Lydia Cacho, tras un trabajo de investigación de más de tres años sobre la trata y tráfico de mujeres y niñas en el mundo, que recogió en su libro Esclavas del poder, cuenta que en España tenemos más de cinco mil clubs de alterne, donde miles de mujeres son prostituidas cada año, incluidas, por supuesto, menores. Comentaba Lydia que en este viaje entre las mafias, a lo largo de los tres últimos años de su vida, algo le quedó muy claro: que solo el poder de la sociedad y de las organizaciones civiles podrá impulsar un giro cultural, desde abajo, desde las raíces. Una ética de la alteridad, en la que exista un pleno reconocimiento de lo que quiere y desea el otro, en este caso la otra, diferente de mí pero humano al fin. Lydia fue llevada a juicio por denunciar a los traficantes y abusadores de niñas, y durante el juicio que le impusieron, dijo Lydia, al mirar a los ojos de los tratantes de niñas de México, “me quedó claro que su poder no es tan real: no son monstruos imbatibles, son seres de espíritu pequeño y miserable. Y su mayor poder es nuestro miedo, y el nuestro es justo la capacidad para combatirlos y eliminarlos de nuestra sociedad y nuestras calles, no con policías, sino matándolos de inanición entre tod@s”.

Una nueva revolución masculina es necesaria e imperativa. Una nueva generación de hombres, no guerreros, no armados, no amenazados con castigos celestiales, no violentos, sino poseedores de una sólida idea de equidad y progreso. El poder masculino tiene que reinventarse antes de que las mafias y la sociedad global irresponsablemente desinteresada logren convencer a todas las niñas de que ser esclavas sexuales es la única vía para estudiar, comer, tener bienes; antes de que otra generación crea que comprar esclavas es algo progresista y moderno.
 

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