Tengo que reconocer que me gusta más la lectura que los números, aunque siempre he tenido una especial predisposición a familiarizarme con las cifras. Recuerdo cómo, cuando tenía veinte años, mi novia, con la que comparto hoy mi vida, y yo pasábamos las tardes enteras haciendo números en las servilletas de algún bar planificando nuestra futura vida en común (qué tiempos aquellos en que unos veinteañeros podían planificarse el futuro). La verdad es que las servilletas de los bares dan mucho juego, y si no que se lo digan al expresidente de la Generalitat Valenciana, el Sr. Camps, que acordaba con el arquitecto Calatrava los millonarios contratos de las obras públicas en esos pequeños y ásperos trocitos de papel.
Cifras también son los 30 millones de euros que ha eliminado la Comunidad de Madrid en becas de libros; 747 millones los que pagó Caja Madrid por un banco ruinoso de Miami; diez lo que nos costó a los madrileños el chalet que compraron para cuando viajaran los directivos de la caja a visitarlo; 120.000 euros lo que le dio el Ayuntamiento de Madrid a la “ONG” de Urdangarín por apoyar la candidatura olímpica; 100.000 los que cobran varios consejeros de Liberman (las antiguas cajas de ahorros de Castilla la Mancha, Extremadura y Asturias) además de haber cobrado la indemnización por despido como empleados y seguir cobrando la prestación por desempleo; 18.000 son los profesores que reconoce el ministro Wert que se han eliminado en estos últimos años, muchos más según los sindicatos de la educación; varios cientos de miles son las familias desahuciadas de sus casas y también miles los autónomos y pequeños empresarios que han tenido que cerrar sus negocios por los efectos de las políticas de austeridad que nos imponen; unos 15.000 euros era lo que costaban las obras de mejora en una guardería del barrio de Gamonal que el Ayuntamiento burgalés no quiso gastar, optando por su cierre mientras pretendía destinar una decena de millones de euros a un nuevo bulevar; 20 son las personas más ricas de España que tienen tanto como los 10 millones más pobres y miles serán los libros que tendremos que tirar a la basura cuando entre en vigor en septiembre la nueva ley de Educación.
Como popularmente se dice, “el papel lo aguanta todo”, pero cuando los números se imprimen no en servilletas de bares sino en los boletines oficiales, las cifras se acaban clavando como puñales en el alma y en el bolsillo de los ciudadanos.
Supongo que esos puñales los habrán sentido muchas familias españolas normales, ésas que a duras penas llegan a fin de mes, las de los cinco millones de parados y las de otros cuantos millones que pese a tener ese privilegio que es tener trabajo ganan sueldos de miseria, cuando a primeros de enero escucharon la noticia de que como consecuencia de la nueva Ley de Educación se van a cambiar los libros de texto de 180 asignaturas. Claro que esto no sería un gran problema si la Comunidad de Madrid no hubiese eliminado los 30 millones de euros de las becas de libros y material escolar. De nuevo cifras, cifras y más cifras.
Sin embargo, como nunca llueve a gusto de todos, desde hace unos días un pequeño número de españoles estará un poco más contento que antes: me refiero a ese pequeño pero influyente grupo, en el que claramente se encontrarán los 20 más ricos, al que el Gobierno de España ha rebajado el IVA del 21 al 10% en la compra de obras de arte y antigüedades, un 11% de rebaja. Un 11: esos dos palitos que los niños de infantil aprenden a escribir en sus cuadernos con sus lápices y sus colores. Lápices y cuadernos a los que nuestro gobierno no tuvo problema ni remordimiento en subir el IVA, junto con el resto del material escolar, del 7% al 21%.
Entiendo al gobierno cuando piensa que frente al gasto que supone enseñar a los escolares esos dos palitos, es más importante reactivar la maltrecha economía de nuestro país potenciando la compra de un cuadro de Picasso o Dalí o de un antiguo jarrón chino que decore el despacho del presidente de algún importante banco o multinacional. Y entiendo al gobierno porque ellos no son como yo ni como la inmensa mayoría de los españoles, ellos como individuos no tienen que preocuparse del precio de los libros ni del de las patatas ni del recibo de la luz, ellos se preocupan de que sus amigos y ellos mismos puedan comprar sus obras de arte y antigüedades sin tener que pagar impuestos. Pueden hacerlo: tienen mayoría absoluta.
¿Cuántas becas de libros se pueden dar a familias en paro y sin recursos con esta rebaja del IVA? ¿Cuántos de los profesores despedidos se podrían haber mantenido con lo que se gastó Caja Madrid en sus experimentos americanos? Estoy convencido de que alguien me llamará demagogo cuando lea este artículo, pero si por demagogia se entiende decir lo obvio reconozco con orgullo que no me importa serlo.
No quiero terminar sin recordar al poeta Antonio Machado cuando se cumple el 75 aniversario de su muerte. Al igual que miles de españoles, Machado tuvo que abandonar España huyendo de la represión franquista cuando la democracia española perdió la Guerra Civil. Un Machado cansado y enfermo cruzó andando a finales de enero de 1939 la frontera con Francia, junto con su hermano y su madre, que preguntaba: “¿Llegaremos pronto a Sevilla?”. El 22 de febrero Antonio Machado, en el buen sentido de la palabra bueno y quizás el mejor poeta español de todos los tiempos, murió en un hotel del pueblo francés de Colliure. Dedicó toda su vida a la poesía, a la cultura y a la educación pública. Creyó que sólo proporcionando en igualdad de condiciones una educación digna a toda la población nuestro país podría prosperar. Hoy sus enseñanzas, sus esperanzas y su poesía están más presentes que nunca y el lema EDUCACIÓN PÚBLICA DE TOD@S PARA TOD@S se hace más necesario.
Para dialogar,
preguntad primero;
después…escuchad.
Enseña el Cristo: a tu prójimo
amarás como a ti mismo,
mas nunca olvides que es otro.
¿Tu verdad? No, la Verdad,
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
(Nuevas Canciones) Antonio Machado.